¿Qué decir de Alfredo Pérez Rubalcaba? Mi relación con él fue la de un aliado-contrincante. La del que acaba de llegar con el que lo sabe todo. La del que observa, cuando él ha ido y vuelto varias veces donde tú quieres llegar.
Tras su inesperada muerte, leí una crónica que hablaba de él como químico, fontanero y hombre de estado.
Y lo cierto es que como fontanero era extraordinario. Lo conocí en mi estreno en el Congreso. Me estrenaba como diputado y me estrenaba como portavoz. A su vez, éramos un grupo que daba apoyo al Gobierno, sin ser los únicos. La dialéctica no era sencilla. La agenda del Gobierno era lo que se denominó una aritmética de “geometría variable”: la agenda social y de libertades se pactaba con la izquierda; la política económica, con el PNV y, en más de una ocasión, con CiU. Y quien era capaz de hacer esa geometría variable no era otro que Alfredo. La figura del portavoz del partido que apoya el Gobierno no es normalmente la figura más relevante. Y en cambio, en el primer gobierno de Rodríguez Zapatero, el portavoz del PSOE en el Congreso era la figura más clave y determinante a la hora de garantizar la estabilidad. Era capaz de tejer acuerdos con dos actores a la vez que no quisieran lo mismo.