Estuve trabajando con Alfredo codo con codo durante seis años, desde 1986 hasta 1992. Durante ese tiempo, construimos una buena amistad y una gran complicidad que se mantuvo inalterable hasta su muerte.
En aquellos años pensamos juntos la LOGSE e iniciamos su aplicación. Hubo dos objetivos que fueron una constante y que estuvieron presentes en todas las decisiones: mejorar la calidad de la enseñanza y garantizar una mayor equidad. Los dos títulos específicos que se incluyeron en la ley con esta denominación atestiguan esta voluntad.
Las reformas que se plantearon fueron enormes y hoy uno se sorprende al revisarlas, por la especial importancia que han tenido para la sociedad, los alumnos y las nuevas generaciones. Y se sorprende aún más cuando comprueba que, 30 años después, la estructura básica de la ley y muchas de sus propuestas, siguen todavía vigentes.
Los cambios principales fueron: la extensión de la educación obligatoria y gratuita hasta los 16 años, lo que supuso una nueva organización de las etapas educativas y la construcción de centenares de nuevos institutos; la actualización y renovación de la Formación Profesional; un nuevo nivel de educación infantil hasta los seis años, con la finalidad de conseguir que todos los niños a partir de los tres pudieran acceder a un centro educativo; un nuevo modelo curricular que incluía, junto al aprendizajes de conocimientos, la enseñanza de estrategias de aprendizaje y la educación en valores; el compromiso con la calidad de la enseñanza con medidas muy concretas: 25 alumnos máximo en la Educación Primaria y 30 en Secundaria Obligatoria; incorporación en los centros de al menos un profesor de apoyo para favorecer el aprendizaje de los alumnos con dificultades; creación de servicios especializados de orientación educativa y profesional.
Transformaciones profundas
Hubo que enfrentarse a tema difíciles y complejos. Un ejemplo relevante fue la extensión de la educación obligatoria hasta los 16 años. Era imprescindible buscar acuerdos con los diferentes colectivos afectados por los cambios. Los alumnos de 7º y 8º de la antigua EGB debían trasladarse con sus maestros a los Institutos de Secundaria. ¿Qué maestros? ¿En qué condiciones? ¿Cómo preparar los institutos y los equipos docentes? ¿Qué alternativas ofrecer a los alumnos que estudiaban en las Escuelas de Magisterio, que se preparaban precisamente para enseñar en 7º y 8º de EGB? ¿En qué pueblos construir los nuevos institutos para que los alumnos completaran en su localidad la educación obligatoria?
Fueron transformaciones profundas, lo que suele ser sinónimo de dificultades y de necesidad de un liderazgo firme, pero al mismo tiempo flexible y negociador. No podía haber una persona más adecuada que Alfredo. Estuvo en la sala de mandos en el momento justo y con el proyecto necesario. Hay que reconocer que contamos con el apoyo firme y estratégico del ministro de Educación anterior a Alfredo, Javier Solana. Su experiencia y su peso en el Gobierno fueron fundamentales para resolver las situaciones más delicadas.
Las negociaciones fueron con múltiples sectores e instituciones con opiniones muy diferentes. Las comunidades autónomas que en aquel momento habían asumido las competencias educativas, los sindicatos de profesores, los ayuntamientos, la enseñanza concertada, la Iglesia, las universidades. Los acuerdos inicialmente alcanzados debían ser refrendados por el Ministerio de Hacienda y finalmente por el parlamento. Alfredo manifestó en esta última y fundamental fase sus mejores artes para el diálogo y el pacto y consiguió el apoyo de todos los grupos políticos, excepto el del Partido Popular.
Habilidad negociadora
Durante estos años, sobre todo en la época que pasamos juntos en el ministerio, pude comprobar su enorme habilidad negociadora. Nunca daba ningún acuerdo por perdido. Siempre buscaba una fisura, una nueva propuesta. Pero con el paso de los años, he valorado especialmente su cuidado de la dimensión personal de sus interlocutores y posibles negociadores. Hablaba con cada uno de ellos mucho antes de que hubiera que negociar un tema. Quedaban a tomar un café sencillamente para intercambiar puntos de vista, lo que permitía más adelante que cada uno conociera mejor la situación y los límites del otro.
Alfredo tenía una gran sensibilidad y una generosidad con la que muchos se sorprenderían si conocieran a quién ayudó. Le escuché realizar gestiones para resolver situaciones difíciles de personas golpeadas en la vida, personas que fueron contumaces detractores de él y de su proyecto educativo.
Observé otras formas de enfrentarse a los problemas que también me han servido para guiar mis actuaciones futuras. Su máxima de la necesidad de escribir el primer documento para una posible negociación es de una eficacia incontestable. “Desengáñate, Álvaro”, me decía, “los políticos no escriben. Hablan mucho, pero el papel en blanco les da pavor. Hay que adelantarse y marcar con un texto el campo de la discusión. A partir de ahí, todo es más fácil”.
La importancia del texto inicial la confirmé durante el tiempo que pasamos juntos en el ministerio. Pero, años después, comprobé que mantenía el mismo convencimiento. Le he visto a finales de los años 90 escribir en su despacho con bolígrafo y papel, (todavía el ordenador no le servía para textos delicados), el primer borrador de acuerdos políticos que hoy son una referencia histórica.