“Para la gente ha acabado el terrorismo, pero para las víctimas, no. Para ellas sigue estando presente cada mañana, cada tarde y cada noche porque tienen a sus seres queridos enterrados. Por tanto, no hay que olvidarles nunca y por ellas hay que construir un relato de verdad de lo que pasó. Y lo que ocurrió es que la democracia ganó y ETA perdió”. Es el testamento humano y político que Alfredo Pérez Rubalcaba legó cuando ETA cesó definitivamente el 20 de octubre de 2011 y al que contribuyó decisivamente como ministro del Interior. Si la educación fue el motor de su compromiso político, acabar con el terrorismo fue el objetivo al que dedicó los últimos años de su vida política desde que en 1997 Joaquín Almunia, recién nombrado secretario general del PSOE, le responsabilizó de la tarea. Aún retirado de la política siguió en contacto con las víctimas del terrorismo y preocupado de cómo se escribía el relato del fin de ETA. Por esa razón decidió narrarlo en el documental y el libro El fin de ETA.
Rubalcaba solía insistir en que el final del terrorismo de ETA, tal como se produjo, fue el mejor posible porque no logró ninguno de sus objetivos políticos, acabó sin escisiones y con un comunicado de reconocimiento de su fracaso. Rubalcaba quería dejar claro, para tranquilidad de las víctimas, que la democracia había derrotado a ETA y le irritaban los infundios de la derecha radical sobre inexistentes concesiones a los terroristas o sobre la continuidad de ETA en Bildu.
Los hechos han confirmado esta tesis. ETA ha desaparecido de la vida pública. No volvió a actuar desde 2011 y se disolvió en 2018. Rubalcaba solía reconocer que ese final fue el resultado de un proceso largo de acción policial, judicial, colaboración internacional y movilización social, liderado por los sucesivos gobiernos democráticos.
Pero a Rubalcaba le correspondió protagonizar, como interlocutor socialista con el Gobierno de Aznar, desde 1997, y como portavoz socialista y ministro del Interior con el Gobierno de Rodríguez Zapatero los últimos catorce años de la lucha contra el terrorismo etarra. Colaboró lealmente con el Gobierno de José María Aznar en su proceso dialogado con ETA entre 1998 y 1999, y al romperlo la banda terrorista, jugó un papel crucial en la génesis del Pacto Antiterrorista y de la Ley de Partidos, que ilegalizó a Batasuna en 2003 con Aznar de presidente y con el apoyo del PSOE.
Un encargo de Rodríguez Zapatero
En 2004, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero le encargó dirigir el nuevo proceso dialogado con ETA que, informalmente, había iniciado el presidente del PSE, Jesús Eguiguren, con Arnaldo Otegi. ETA, en ese momento, no tenía la fortaleza de los años setenta y ochenta por los efectos de la acción policial, judicial, social y de la coyuntura internacional con la irrupción del terrorismo yihadista. Pero Rubalcaba pensaba que para derrotar definitivamente a un terrorismo como el etarra, con arraigo social, era fundamental ganar la batalla de la opinión en Euskadi, atraer al nacionalismo al campo democrático y aislar a los terroristas. Por eso aceptó el intento de proceso dialogado que ETA propuso a cambio de una tregua permanente.
Rubalcaba, de acuerdo con Zapatero, decidió que el Gobierno sólo aceptaría con ETA compromisos sobre los presos, pero no sobre cuestiones políticas, amparándose en los pactos de Ajuria Enea y Madrid de 1988, que inspiraron, también, los procesos de diálogo con ETA de los gobiernos de Felipe González, en 1989, y de Aznar en 1999. Rubalcaba barajaba dos finales: “Si sale bien, logramos el fin del terrorismo sin concesiones políticas. Y si sale mal y aguantamos, ETA tendrá problemas con Batasuna, que quiere un final dialogado, y con la opinión pública vasca que desea mayoritariamente la paz”.
En su estrategia de ganar la batalla de opinión apostó decididamente por atraer al PNV a un acuerdo contra ETA, a recuperar el consenso del Pacto de Ajuria Enea, roto durante el nefasto mandato del lehendakari Juan José Ibarretxe. Lo logró cuando a partir de 2004 el tándem Josu Jon Imaz-Iñigo Urkullu se hizo con el poder en el PNV y desplazó al soberanismo que representaba Xabier Arzalluz. No lo logró con el PP, en la oposición, que utilizó el proceso de diálogo con ETA como elemento de ataque al Gobierno de Zapatero. Rubalcaba siempre lamentó que el PP, al que había apoyado seis años antes en su diálogo con ETA, respondiera con deslealtad. Ante ese embate, mostró inteligencia y coraje políticos.
ETA rompió el proceso de diálogo el 30 de diciembre de 2006, y con él la tregua, al atentar en la T-4 de Barajas y asesinar a dos inmigrantes ecuatorianos. Rubalcaba solía mostrar una foto de los dirigentes de Batasuna, incluido Arnaldo Otegi, desolados, obtenida cuando regresaban de la rueda de prensa en la que pidieron desesperadamente al Gobierno y a ETA que retomaran el diálogo, pese al atentado terrorista. “Ahí empezó el enfrentamiento entre Batasuna y ETA, el último capítulo del terrorismo”, señalaba Rubalcaba.